El viernes pasado mi prima hermana cumplió sus 15 primaveras “que le dicen” y nos invitaron a toda la familia a asistir a tan memorable evento. Para ser honesta, a mí no me gustan nada esas cosas pero igual fui al chisme. ¿Por qué no? Al principio estuvo muy raro, creo que el orden de las cosas fueron de la siguiente forma: primero fue el Vals, seguidito por el pastel y luego la cena.
Todo pintaba para que me aburriera mucho cuando aparecieron mis primos lejanos que no veía desde pequeñitos, son de esos teens que sabes que van a llegar a ser presidentes, con un carisma impresionante, súper adaptables, guapos y simpáticos. Platicando un rato con ellos decidimos hacer una apuesta; el sacaba a bailar a una amiga de la quinceañera y yo sacaba a bailar a quien él quisiera, me señalo al escogido y yo como mujer decidida que soy llegue con toda la seguridad que te da un micro vestidito con el escote súper pronunciado y tacones, le pregunte “¿bailas conmigo?”
El chico en cuestión, ni siquiera me volteo a ver y respondió “NO”
No respondió un: “no gracias, o, es este momento no, o, no bailo”. Me contesto: “NO” Regrese obviamente con el ego en el piso y todos en la mesa esperaban el chisme, claro que cuando les conté todos se rieron mucho, menos mi mamá, que con toda la autoridad que le confiere decidió ir a saludar a unos que conocía de esa mesa y de paso ¿por qué no? Reclamarle al tipo este no haber querido bailar con su hija. Hay mil cosas que se le agradecen a una madre, que nos de la vida por ejemplo, que nos enseñe a contar es un gesto increíble, pero que se pare a reclamarle a alguien que no quiere bailar contigo ¡NO! Y nada, ahí me quedé…
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